Tras posponer el viaje cinco años por lo de las Torres Gemelas finalmente Caminos de Pakistán pisamos Marrakech a finales de enero de 2006. Teníamos la dirección de Juan Goytisolo apuntada en un papel, la cual habíamos conseguido a través de un profesor de la Universidad. Ni con todas las guías del mundo hubiésemos encontrado aquella callejuela. Un muchacho nos preguntó dónde queríamos ir. Repetimos el nombre de Goytisolo varias veces sin resultado alguno hasta que exclamó repentinamente: ¡Ah, el español! E hizo un gesto como para que le siguiéramos. Y casi sin mediar palabra hicimos lo primero que te aconsejaban en todas las guías que no había que hacer: seguir a desconocidos que se ofrecen a acompañarte a un lugar que no conoces, especialmente si son niños y te llevan por serpenteantes callejuelas escasamente iluminadas. Pero nos dejamos llevar y efectivamente nos dejó ante una puerta de madera bastante nueva tras lo cual se esfumó sin pedirnos absolutamente nada. Llamamos y una tez oscura con bigote prominente se asomó a una pequeña ventana en el tercer piso de la casa. Preguntamos por el maestro y nos dijo sin titubeos que al día siguiente a las ocho en el café París de la plaza Jemaa el-Fna. Allí estuvimos desde bastante tiempo antes, en la terraza, tomando tés con abundante menta y azúcar moreno. Vimos llegar con parsimonia a Goytisolo y entrar al café, acompañado de nuestro interlocutor del día anterior, observándolos desde fuera. Se sentó al fondo del café, casi a nuestra altura. Nos separaba solamente el cristal de una ventana. Estuvimos así un rato hasta que nos decidimos a presentarnos, dando respuesta para empezar a su pregunta sobre quién nos había dado su dirección. Se mostró sorprendido pero interesado y agradecido por nuestra inesperada visita. La charla fue pausada, amena, desordenada. Recuerdo que conocía la obra de Manuel Vilas (protagonista del último número de nuestra revista entonces) y que le gustaba, por innovador sobre todo y por su risa (entonces, lo último que había publicado era la novela Magia y el poemario Resurrección). Citó a otro autor que incluso le parecía más interesante y que ahora no recuerdo (¿Ferré?). En un momento dado, eché mano al bolsillo interior de mi chaqueta para extraer un paquete de tabaco marroquí y nada más posé un cigarrillo en mis labios, incluso antes de ni siquiera sacar el mechero, la mano de su secretario se posó suavemente en mi antebrazo, como lo hubiera hecho un colibrí, y me hizo un gesto de negación con la cabeza, señalando al maestro con su mirada. Fue un gesto rápido y firme pero para nada airado o desagradable. Lo comprendí y acaté inmediatamente con benevolencia, recogiendo mi cigarrillo ipso facto. La salud es lo primero, desde luego. Creo que Goytisolo ni siquiera se dio cuenta de esta conversación no verbal. Fue premonitorio, ahora que lo pienso. Al año siguiente, fuimos a Venecia y allí ya no se podía fumar en los bares. Al poco tiempo, la primera ley anti-tabaco en España. Pero esto es otra historia. Hace unas semanas se entregó el Premio Cervantes a Juan Goytisolo. Hay muy pocos (si los hay) que lo merezcan más que él. Desde 2006 hasta hoy aún ha publicado una novela más, El exiliado de aquí y allá, y un ensayo sobre José Ángel Valente. En las imágenes de televisión de estos días ha aparecido exactamente a como lo recordaba hace casi diez años. Ha resistido; y "en España, el que resiste, gana", como decía el último Premio Nobel de Literatura español, y algo debía saber sobre el tema. Me hace gracia pensar que en algo, aunque sea una insignificancia, contribuimos a mantener la salud de este gran escritor. Y ya en serio lo digo, medio premio (o más) se lo debe sin duda a su bigotudo asistente marroquí.
viernes, 15 de mayo de 2015
Caminos de Marrakech y el nuevo Cervantes
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario