Estamos volviendo a casa
y voy conduciendo de noche
por una oscura carretera secundaria
lánguida y misteriosa.
Afuera es invierno
y nos sumergimos en la niebla
como quien entra en un mar gaseoso
de helada flora espectral.
Apenas hay luna
y el paisaje queda rápidamente
sumido en la sombra
que duerme al otro lado de los faros.
La música se filtra dulcemente
por nuestros oídos
y por cada rendija del coche
hasta disolverse en la nada más absoluta.
Las veo dormir plácidamente por el retrovisor
moviendo la cabeza al compás en cada curva
y no puedo dejar de sonreír
hasta que se me hace mueca.
A cada vuelta del cuentakilómetros
el paisaje que va quedando atrás
es ya territorio conquistado.
Helada tierra quemada.
hasta disolverse en la nada más absoluta.
Las veo dormir plácidamente por el retrovisor
moviendo la cabeza al compás en cada curva
y no puedo dejar de sonreír
hasta que se me hace mueca.
A cada vuelta del cuentakilómetros
el paisaje que va quedando atrás
es ya territorio conquistado.
Helada tierra quemada.
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