miércoles, 30 de marzo de 2016

Sola con hielo


Foto: Sarika Azu

Son ya varias veces las que me he fijado en ella, siempre sola, bebiendo y fumando en terrazas y bares, siempre bebidas de alta graduación alcohólica, solas con hielo. Nunca cerveza o vino, una tónica u otro refresco que mitigue el contenido alcohólico del vaso. Nunca acompañada. Siempre a solas. Nunca acompañada su bebida tampoco. Siempre fumando puritos tamaño cigarrillo. No me refiero a esos cigarrillos sabor chocolate o vainilla con papel coloreado sino a auténticos cigarrillos de tabaco puro. Mi padre llama a esos purillos señoritas. Miento, un día la vi con el Santo Bebedor. Eran la pareja perfecta, los Bonnie and Clyde del alcohol. Nunca más los he vuelto a ver juntos. Siempre, excepto aquel día, leyendo o escribiendo, o ambas a la vez. Leyendo libros o revistas o al menos el periódico, o escribiendo con pluma en un cuaderno o diario. Mirando a su alrededor y escribiendo en el papel. Imposible no fijarse en su progresivo deterioro, su pelo cada vez más blanco, sin teñir. Su piel cada vez más enrojecida y más apagada, sin brillo alguno. Su mano cada vez más huesuda y acartonada sosteniendo el cigarrillo o el vaso, o ambos a la vez. Nunca la he visto borracha, siempre el gesto serio independientemente de la estación del año, sin importar si era el sol o la lluvia la que inundaba la calle más allá de la sombra de los árboles o de los parasoles salvadores. Sólo aquel día excepcional sonriendo. No sé por qué se castiga tan duro el hígado, no sé qué secreto esconde su constante e indisimulado deterioro. Dicen que los escritores hacen eso, inventar las historias que hagan falta. Quizá la más terrible sea que no haya ningún misterio. 

jueves, 17 de marzo de 2016

El tiovivo


Subo a Julia
entusiasmada
al tiovivo playero.
Durante una vuelta,
y otra, y otra más
se queda atrapada
por las luces, los dibujos
y todo el mundo girando
a su alrededor.
Pero al final
ahí están sus padres
otra vez y otra más.

No es muy distinto
a nuestras vacaciones.
Una y otra vez
hay que volver.
De momento,
no he tenido el talento
suficiente
para bajarnos del tiovivo.
No desisto
aunque no lo parezca.
Aún no es tarde, 
sobre todo para ella.

miércoles, 9 de marzo de 2016

El viaje a ninguna parte



No recuerdo qué años tenía pero era crío e íbamos en coche al pueblo como todos los fines de semana. Mi hermana iba detrás de mi madre y yo detrás de mi padre, que conducía, como siempre. De repente, me acerqué al asiento y le tapé los ojos con mis manos durante unos segundos. No le hizo ni puta gracia, os lo puedo asegurar. Mi padre llevaba unas gafas de sol a lo Cobra, de las que se llevaban entonces, y no pude ver sus temibles ojos azules pero estoy seguro de que si no hubiésemos ido en marcha hubiera sido la primera vez que mi padre me zurrase. No tengo ni idea de por qué lo hice pero creo recordar que sonreía mientras le tapaba los ojos. Quizá simplemente fue una broma fallida o quizá quería demostrarle que no lo tenía todo tan controlado como él pensaba pero no lo sé, no lo recuerdo.