domingo, 24 de abril de 2016

El cojonazos



Le colgaba un testículo lo menos un palmo y cuando entraba en las duchas de la mina después de la jornada de trabajo siempre se metían con él. Como no se llamaba Carlos y el otro testículo era normal no podían llamarle el de los cojones largos. Él nunca reaccionaba, así que se quedó con Juan el cojonazos. Jamás había contestado a las burlas, ni en la escuela ni en el equipo de fútbol ni en la mili ni en el puticlub. Sobre todo porque la chica de la que era cliente asiduo jamás había hecho ninguna broma al respecto, ni tan siquiera un solo comentario o una media sonrisa maliciosa. Pero aquella noche por primera vez en varios años no estaba la Loli y aquella puta, de la que no sabía ni siquiera su nombre, se ensañó con él. Irónicamente, se la habían presentado como la comeanchoas por su prominente mandíbula y por cuestiones laborales que le parecían evidentes. Juan había bebido mucho aquella noche, como de costumbre, y enfiló rumbo al camastro riendo a carcajadas con esa broma. Cuando la policía lo detuvo una hora después confesó más de diez asesinatos, todos cometidos esa misma noche y con sus propias manos: cinco mineros, cuatro soldados, tres compañeros de pupitre, dos profesores y una prostituta. 

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